domingo, 3 de septiembre de 2017

VIVA LA LENGUA AUTONÓMICA, MUERA LA INTELIGENCIA

Todos los hombres tenían una misma lengua y usaba las mismas palabras. Los hombres en su emigración hacia oriente hallaron una llanura en la región de Sena-ar
y se establecieron allí. Y se dijeron unos a otros: «Hagamos ladrillos y
cozámoslos al fuego». Se sirvieron de los ladrillos en lugar de piedras
y de betún en lugar de argamasa.
Luego dijeron: «Edifiquemos una ciudad y una torre cuya cúspide llegue
hasta el cielo. Hagámonos así famosos y no estemos más dispersos sobre
la faz de la Tierra».Mas Yahveh
descendió para ver la ciudad y la torre que los hombres estaban
levantando y dijo: «He aquí que todos forman un solo pueblo y todos
hablan una misma lengua, siendo este el principio de sus empresas. Nada
les impedirá que lleven a cabo todo lo que se propongan. Pues bien,
descendamos y allí mismo confundamos su lenguaje de modo que no se
entiendan los unos con los otros». Así, Yahveh los dispersó de allí
sobre toda la faz de la Tierra y cesaron en la construcción de la
ciudad. Por ello se la llamó Babel,1 porque allí confundió Yahveh la lengua de todos los habitantes de la Tierra y los dispersó por toda la superficie.
Génesis 11:1-9

Esta interpretación bíblica habla sobre la naturaleza insolente y orgullosa del ser humano que pretende en su afán de divinidad dominar a los hombres que considera suyos pretendiendo que todos hablan una lengua, practiquen una religión y tengan un único gobierno. Más humildad señores, las lenguas se crearon para el entendimiento de los hombres no como arma política o enseña nacionalista para discriminar a determinados colectivos manteniendolos en la ignorancia o para imponer uno u otro nacionalismo, vamos listos si enseñamos o nos enseñan de esa forma nuestros respectivos idiomas a los inmigrantes u emigrantes que nos llegan.

A pie de aula, ajenas a las refriegas políticas y judiciales, se encuentran las auténticas víctimas de la inmersión lingüística en Cataluña, las que sufren en sus carnes los efectos colaterales de una guerra que se libra en las altas instancias pero que impacta en los colegios e institutos.

Como a todos los recién llegados que no conocen la lengua autonómica le asignaron, además del aula que le corresponde por su curso, un «aula de acogida» (espacio dedicado a enseñar el catalán a los recién llegados). Combinaba algunas horas en el aula de acogida con el horario lectivo.

Había alumnos de todas las edades y origen mezclados sin tener en cuenta el ritmo de aprendizaje ni el curso. pasaba allí varias horas durante la semana, horas que dejaba de hacer clase con su grupo y empezó a sentirse segregada de sus coetáneos de curso. Perdió el rimo escolar.

Suspendió casi todo», apunta Carlos. También hubo un giro en su actitud, incluso en la manera de expresarse y de vestir, dice la pareja, que ha tenido que llevar a su hija al psicólogo. «Tenía dolores de cabeza, no quería ir a clase y fue entonces cuando nos dijo como la trataban allí.

Me confesó que se pasaba días en el pasillo porque, cuando se le escapaba alguna pregunta en castellano en clase el profesor la echaba del aula. Me pareció terrible pero entendí muchas cosas», dice Amaya afectada. Al conocer la situación, fue a hablar con los responsables del instituto pero no halló ninguna comprensión. «Si la madre no habla catalán, vaya ejemplo para la menor» le espetaron. Atribuyeron el comportamiento de su hija a su «falta de interés por adaptarse».

Padeciendo la inmersión linguistica
La docencia es una carrera eminentemente vocacional. Requiere conocimientos, pero también unas cualidades y capacidades de las que no todos gozan. Incluso, en su opinión, hay rasgos personales que ayudan a ser un buen profesor: «Buena inteligencia emocional, tener habilidades sociales, ser una persona equilibrada, con capacidad de empatía, poseer esa sensibilidad humana para captar lo que le puede pasar a una persona y que no se escapen los detalles del sufrimiento,capacidad para sacar lo mejor de uno mismo y del otro. 

Esta es la clave. Con una dosis infinita de paciencia, capacidad de resistencia ante problemas como el estrés y capacidad para adaptarse a grupos diferentes... Hay que ser capaz de transmitir valores, tener una necesaria pedagogía de la calma que implica la escucha, dotes de comunicación, ser una persona simpática (un profesor que no sonría no es bueno), y que tenga autoridad, una característica moral que se gana día a día. Pero sobre todo, por encima de todo, querer y amar al alumno».


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