La
vocación del maestro es, ante todo, vocación de entrega. El
maestro entrega a quienes vienen detrás de él el acervo que recibió
de otros que lo antecedieron; es el custodio de un saber heredado y
el garante de su trasmisión. Y, entregando ese saber, se entrega a
sí mismo, entrega todo lo que ese acervo ha hecho de él; y entrega
la posibilidad de que quienes lo suceden se contemplen en su ejemplo.
El
problema comienza cuando se nubla el sentido de esta vocación,
cuando se pierde la noción de lo que debe entregarse, cuando lo que
se entrega es nada, porque nada se ha recibido. Cuando
se vive a oscuras, solo se pueden entregar tinieblas; y si alguien
pugna por vislumbrar alguna luz, habrán de arrancársele,
forzosamente, los ojos, para que su ceguera sea más completa.
La
tragedia de nuestra época no es que haya opositores de magisterio
necios o ignorantes; es que la vocación del maestro ha sido abolida,
porque nada se puede entregar. Y
allá donde se ha hecho el vacío es natural que acampen la impostura
orgullosa y la irresponsabilidad satisfecha, encantadas de haberse
conocido.
Por
tanto, ya los maestros no quedran alumnos que sepan y que demuestren
sus conocimientos más haya de la erudición o la excelencia. Incluso
esa posibilidad sera negativa para el alumno, ya que a pesar de lo
demostrado, habrá profesores siempre dispuestos a no otorgarles la
nota requerida por todo tipo de prejuicios o estereotipos.
Actualmente
en este país para sacar una asignatura se premia más la mediocridad
que la excelencia, porque así el alumno a pesar de demostrar lo
aprendido más allá de lo razonable siempre estará en manos de
personas evaluadoras que cambiaran el criterio examinador siempre que
les plazca para que el estudiante en cuestión no reciba la verdadera
nota. Bastara por ejemplo que ese mismo profesor vea una erudición
en el alumno más haya de lo razonable para querer cortarle las alas
y demostrar así, que es el maestro en que asigna la nota. Dará
completamente igual es esfuerzo y el amor del estudiante en dicha
asignatura.
En
cambio el alumno mediocre se le permite aprobar o ser aprobado, ya
que así la autocomplaciencia del profesor sera la que otorgue dicho
premio y no el esfuerzo del estudiante que debería tener el la
asignatura. Así, se creara una simbiosis placentera entre
profesor-alumno en el que estudiante a pesar de apenas ir preparado a la
asignatura en cuestión, aprobara una asignatura inmedecidamente con
pocas horas de estudio en su haber y dando muestras de no haberla
comprendido.
Evidentemente
de esta forma el maestro se librara de las posibles quejas, odios e
insultos del alumno con objeto de quedar bien ante él y no
ocasionarle ningún trauma. Para los traumas estarán los estudiantes que
aman y disfrutan de las asignaturas; pero como esos ya han aprobado
con creces mejor despreciarlos, ya que son mentes independientes y
por tanto peligrosos del sistema.
Ademas,
la sociedad actual en España no demanda eruditos, sino golfos e
idiotas analfabetos con los mínimos estudios posibles cuyo
denominador común sea obtener titulaciones con la realización
mínima de aprendizaje. Para que así el día de mañana no
comprendan absolutamente nada de la sociedad en la que están y no
exijan sus reivindicaciones legitimas. Pero eso sí, estar en el
entramado del engranaje para ser uno más y ser consumidor con objeto
de crear una sociedad bobalicona a imagen y semejanza de aquellas
personas que nos gobiernan y que nos enseñan.
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